Dra Angélica Toropriva
MN: 012

En los 80’s, un grupo de mujeres sudamericanas, clamaban desde los tocadiscos de todo un país, el lema “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”. El tiempo pareció echar un manto de deconstrucción sobre esa premisa, sin embargo, en los últimas días hemos presenciado un reparación histórica: la poesía de una mujer afroamericana negra, Amanda Gorman, iba a ser traducida al neerlandés por le escritore no-binarie no-negre, Marieke Lukas. Por supuesto, tal desatino no pasó inadvertido entre aquellos que luchamos por un mundo más justo. ¿A quién se le pudo ocurrir que alguien no-negre iba a poder dar acabada cuenta de la experiencia de vida de Gorman? ¿Nadie pensó que una mujer negra nacida en Holanda seguramente tendría una experiencia mucho más acabada de lo que es ser negra en Los Ángeles?
De nada vale disculparse y decir que autora y traductore estaban de acuerdo en dicho arreglo, disimulándolo sobre la base de ser ambas poetizaes; es necesario entender que todo eso que llaman “simbolización”, “representación”, “metáfora” no son más que herramientas de dominación creadas por el hombre-blanco-hétero-burgués-malo. Es la idea de diversidad misma lo que está en juego cuando ocurren estas cosas, o cuando, por ejemplo, un actor hetero interpreta a un personaje gay, porque todos sabemos que el teatro o las películas deben representar lo más fielmente posible aquello que narran.
Ya llegará el día en que los zombies y los fantasmas también harán oír su voz y serán contratados para representar sus propios papeles, pero por lo pronto voy a lo que me interesa: la salud mental. ¿Cómo puede ser que eso que llaman “salud mental” esté dominada por una caterva de personas que en vez de representar la diversidad se consideran “sanos”? ¿cómo pueden interpretar adecuadamente la vivencia de la psicosis, por ejemplo, sin ser ellos mismos psicóticos? ¿O cómo se puede esperar que entiendan cómo abordar a un adicto sin drogarse ellos mismos con toda clase de psicoactivos? Ni hablar hace falta de los débiles mentales, los dementes, y otras categorías similares, que frecuentemente son atendidos por gente cuya inteligencia no da grandes muestras de deficiencia (no todos, por suerte).
Esto debe acabar. Parece que no hemos aprendido nada del siglo XX: ya sea por color de piel, orientación sexual o discapacidad, una sociedad justa es una sociedad dividida en grupos lo más estancos posible.
Chau.
Deja una respuesta