Por Javier Fabrissin
Puesta en situación. Vamos a hablar de la historia de dos mujeres, una madre y una hija, que vivieron durante mucho tiempo parcialmente aisladas del mundo, en una mansión gigante y venida a menos en una zona de veraneo próxima a una playa muy exclusiva, que supieron ser parte de la clase alta neoyorquina y que eran familiares directos de personajes influyentes de la política y la vida social estadounidense (y mundial).
Sobre ellas se hicieron varios documentales. El más importante, y que les dio notoriedad, es “Grey Gardens”. Es en este metraje en el que nos vamos a basar para el presente escrito. El documental fue filmado entre 1971 y 1975 y fue realizado por los hermanos Albert y David Maysles, representantes del llamado “cine directo”, un tipo de aproximación documentalista que aspira a que la aproximación al objeto-tema sea espontánea, sin puesta en escena, “auténtica”, sin intervención de parte de los realizadores. A pesar de esa abstención, es difícil aceptar que todo lo que se ve es lo que se vería si no estuviera la cámara encima (aquí el concepto de la influencia del observador sobre el objeto de estudio se puede aplicar).
Además de “Grey Gardens” hay otros documentales, de menor factura o que son como variaciones de aquél (por ejemplo, “That Summer”). También hay muchos artículos y libros; está una película (de HBO) y una obra de teatro; se diseñaron accesorios de moda inspirados en Edie-hija; se les dedicaron canciones y se las erigieron en íconos, en especial dentro de la comunidad LGBT, por considerarlas representantes del rechazo a un estilo de vida convencional y acomodado en pos de lo no determinado por el linaje y la tradición.
Sus nombres son Edith Bouvier y Edith Bouvier-Beale, pero nosotros las llamaremos Edie-madre y Edie-hija.
Grey Gardens: La casa
La mansión es protagonista principal. Es el escenario que hace posible la acción, en el que se desenvuelve la interacción madre-hija y el despliegue de sus extravagancias. La familia Bouvier- Beale la compró en 1920 como casa de veraneo. Emplazada en East Hamptons, fue diseñada en 1897 y su nombre proviene de la tonalidad que le otorgan unas paredes de concreto que cercan el jardín, al conjunto de flores pálidas (rosas trepadoras y lavandas) y al marco de los médanos y el fondo marítimo. Del esplendor original, la casa fue derivando al deterioro con el que se la conoció a partir de la década de 1940.
[Insertar foto]
Véase esta foto, una de las más conocidas. Década de 1970. La casa despintada y virada –precisamente-, al gris. Los famosos jardines que la rodean son un entrecruzamiento prolífico de malezas marrones (“Una vez se me cayó una bufanda por ahí y no la pude encontrar”, dice Edie-hija) y de pasto seco. Grey Gardens, en ese momento, es abandono y aislamiento. De las 28 habitaciones, 25 estaban sin ser usadas. La conexión eléctrica era precaria, salía agua corriente de una sola canilla, no había gas (para calentar alguna comida disponían de un calentador que la madre emplazó al lado de, o sobre la, cama). Varios focos de incendio se habían insinuado y oscurecido algunas paredes, otras estaban agrietadas o agujereadas, con el yeso desprendido, con bloques de moldura caídos en los pisos, dejando el cielorraso al descubierto. (Al respecto, alguien propuso que las Beale podrían haber sido afectadas neurológicamente, incluyendo anosmia, por el “yeso oscuro”, producto resultante de la interacción entre el yeso y las filtraciones de agua https://paradigmchange.me/wp/grey-gardens/ ).
Junto con ellas vivía una comunidad de gatos, mapaches, zarigüeyas, telas de arañas y pulgas (según los Mayles, las pulgas eran tan grandes que tuvieron que usar collares anti-pulgas en los tobillos durante toda la filmación). Las paredes y los cuartos estaban cubiertos de excrementos de gatos y mapaches (a éstos, Edie-hija los alimentaban con comida para gatos y pan lactal), montones de latas vacías de comida de gato y de otra basura indefinida se amontonaba en pilas de más de un metro en el living y la cocina. El subsuelo estaba plagado de bolsas de alimento para gatos. Algunas ventanas tenían los vidrios rotos, un árbol crecía con us ramas hacia dentro de la habitación de Edie-hija. Además, casi la totalidad de los muebles de madera estaban podridos. Un hedor hiriente fue registrado por varios invitados, “haciéndole llorar los ojos a los visitantes”. Todo esto, llevó a que el Departamento de Salud de East Hamptons emitiera una orden de desalojo.
En “That Summer”, filmado en 1972, se puede atestiguar este momento. Las Bouvier-Beale venían lidiando con la orden de desalojo que les envió el Municipio. Las cámaras captan la gloriosa mansión en la cúspide de su deterioro, en la decrepitud máxima, con esa combinación de abandono, destrucción, invasión de la naturaleza y suciedad, mientras iban y venían, entraban y salían, inspectores de sanidad y operarios de la construcción. También permite apreciar el lugar central que adquiere Lee Radziwill (sobrina y prima de la madre y la hija, respectivamente). Con gran naturalidad, incluso cuando emerge del medio del caos que era esa casa con un vestido rojo furioso entallado, sin rezumar altivez de clase, habla y negocia con los operarios, con los inspectores de la municipalidad; dialoga con su tía y su prima con mucho cariño, como si no pasara nada raro a su alrededor, intermediando entre éstas y los funcionarios; por momentos contiene a Edie-hija, o escucha sus quejas con paciencia. La intervención para que no sean desalojadas de Grey Gardens y el aporte monetario para la restauración de la casa se le atribuye principalmente a ella, a Lee (y a su hermana y al segundo marido de ésta).
El jefe de Sanidad del Departamento de Salud del municipio declaró que “una habitación del segundo piso contenía heces humanas. Las condiciones eran las más horribles que yo hubiera visto jamás”. Mientras sacaban bolsas y bolsas de basura y desechos, Edie-hija, desde un sillón de madera en el malezado jardín, contemplaba a los demás hacer.
“No teníamos dinero para arreglar las cosas”, dice Edie-hija, a modo de justificación. Para llegar a fin de mes vendían objetos de la casa, reliquias en más de un sentido. Sólo “luego de que la historia [la historia de ellas y su casa] apareció en el diario, X [su otra prima famosa] comenzó a enviar una pequeña suma de dinero a Madre y a pagar los servicios”.
Madre e hija pasaron 50 años allí, rodeadas por los vestigios decadentes de la clase social de la cual se auto-exiliaron. Cuando la madre murió, Edie-hija puso en venta Grey Gardens por U$500000. En 1979 vendió la casa a un editor del Washington Post por $220.000. Más adelante, en noviembre del 2017, la mansión fue abierta por sus dueños (como alguna vez hacían los emigrantes argentinos con sus casas antes de partir) poniendo a disposición los objetos que todavía quedaban y que les habían pertenecido a las Beale, para que los interesados pasaran a elegir y llevárselos, despojándola completamente de sus fantasmas.
Y precisamente, se sugirió que por la casa rondaba un espíritu. “Una mañana de verano, estaba limpiando la cocina cuando sentí que había una persona conmigo”, dice Jerry –alias el Fauno de Marfil, un chico que un día pasó por la casa, golpeó la puerta y fue cooptado como empleado- . “[…] Cuando le comenté esto a la Señora Beale, me dijo que Tom Logan [otro handy-man que Edie-madre había instalado en la casa para que las ayude] había muerto en la cocina y que ese día era su aniversario. ‘Y él murió en el catre del ejército en el que vos dormís’”, dice Jerry que le dijo Edie-madre. Años después, los siguientes propietarios de la casa también sintieron una presencia en la casa. Cuando le preguntaron a Jerry, éste dio otra versión, les dijo que ese espíritu era llamado “el Capitán”, por la señora Beale, refiriéndose al hombre que originariamente construyó esa casa en el siglo XVIII. ¿Dos espíritus?, ¿ninguno?
Lo cierto es que cuando vemos en “Grey Gardens” a Edie-hija paseándose por los pasillos oscuros se asemeja bastante al deambular de un fantasma. De noche la casa da miedo, de noche se incrementa ese aire gótico que, de por sí, las rodeaba.
Edie-madre
Edith Ewing Bouvier Beale nació en 1895 y murió en 1977, a los 81 años, de neumonía. En 1917, se casó con Phelan Beale y tuvieron 3 hijos. Su marido fue un abogado que trabajaba con el suegro (el padre de Edie-madre). Compran Grey Gardens en 1923. Ese lugar fue el punto de referencia para los veraneos de la familia, para la organización de fiestas, y luego, a medida que los ingresos comenzaron a mermar -y no así los gastos-, se fue convirtiendo en el lugar de estadía (y evasión) de la madre y sus tres hijos, más o menos, a partir de la década de 1930. Se podría decir que se trataba del refugio en el que Edie-madre podía hacer “lo que más le gustaba en el mundo”, esto es, cantar, también bailar, sin que eso generase ningún tipo de incomodidad social para el entorno familiar. “Iba a ser cantante, una cantante profesional. Cuando conocí al Sr. Beale el Jig estaba de moda”, dice Edie-madre.
Aparentemente fue debido a las inclinaciones bohemias de Edie-madre que Phelan Beale la termina abandonando, divorciándose vía-México, en 1946. “Él siempre pensó que mi madre estaba loca porque ella era una artista”, dice Edie-hija. Edie-madre desafiaba las convenciones sociales que le imponía su clase, cantando operetas, rehuyendo de las fiestas tradicionales en favor de lo que llamaba “la vida artística”, una vida en la que sólo contaba cantar y bailar. Quizás esto no se debía tanto a una tendencia rebelde o cuestionadora sino que parecía ser algo más espontáneo, más inocente, casi más como una limitación que le impedía hacer cualquier otra cosa. Sea como sea, en 1942 esta inclinación fue llevada hasta la exageración (sin dudas lo era en ese contexto) cuando se presentó al casamiento de su segundo hijo vestida como una cantante de ópera y un poco tarde: cuando la ceremonia ya terminaba. Este hecho provocó la ira de su padre, el Mayor Bouvier, al punto que dos días después, la sacó de su testamento. Se dice –no queda claro- que Edie-madre sufrió a causa de ello de un cuadro de depresión.
A pesar de todo, Edie-madre habla sobre su pasada felicidad, su matrimonio perfecto y sus hermosos hijos con un tono evocativo que ignora los pormenores más escandalosos. Con el mismo tono cuenta de una relación romántica entre ella y un pianista llamado Gould, partenaire musical y con quien grabó un disco que hoy diríamos autogestionado. Edie-hija no quiere escuchar de esa persona, que para ella era como la competencia del padre, pero para Edie-madre, uno y otro podían convivir en su discurso y corazón sin contradicciones. Cuando habla de su aspiración a tener una carrera como cantante, lo hace de un modo nostálgico pero también excesivo, masivo, absorbente y canta “Tea for two” para demostrar que su voz y su entonación siguen vigentes.
Durante la filmación de “Grey Gardens” se atestigua, en una escena terrible, el festejo de su cumpleaños 79. Es muy difícil que el nivel de patetismo, de decadencia, de locura, pueda causar gracia. Todo el tiempo uno se siente incomodado por la recepción que les hacen, madre e hija, a los dos únicos visitantes-invitados, un hombre y una mujer. Éstos concurren vestidos de un modo totalmente descontextuado (traje con corbata en el caso del hombre), casi no hablan, se intuye que no ven la hora de irse, de que termine. Sentados en unas sillas en la cocina, parece que estuvieran jugando a recibir visitas, los modales y la etiqueta no pueden cumplirse, a pesar de que los comentarios que hacen las dos mujeres tienen la afectación y la cortesía que cabría esperar para “alguien de su clase”. Edie-madre se queja de su hija por poner vasos de plástico en lugar de los vasos de vidrio que un momento así exigiría y papeles de diario en las sillas porque éstas no estaban limpias. En un momento Edie-hija hace un brindis diciendo: “¡Que viva al menos hasta los 80 años!” y la madre le responde: “Oh, eso sería solo un año más”. Ese día cumplía 79 años. Y murió a los 81.
Edie-hija
“Mis parientes no sabían que estaban lidiando con una mujer terca. Terca. No hay nada peor que eso”, dice sobre sí misma. Al momento que la vemos en “Grey Gardens”, tenía unos 55 años (nació en 1917).
Es muy difícil no terminar encariñándose con ella. Tiene una forma particular de hablar, una entonación aristocrática que enfatiza deliberadamente. Por momentos se acerca a la cámara y murmura de modo desquiciado, o mira de reojo (no quiero decir psicóticamente) acercándose y alejándose de la cámara, o se muestra lábil emocionalmente, entre la ira, la congoja y la superficialidad. “Grey Gardens” comienza con ella hablando sobre su vestimenta. Explica por qué usa la pollera alta, sujeta por un pin, explica que la pollera se puede doblar como una capa (“[…] no me gustan las mujeres con faldas, lo mejor es llevar medias o pantalones… bajo una falda corta, creo. Entonces llevás los pantalones bajo la falda, y podés subirte las medias sobre los pantalones, bajo la falda. Y siempre podés sacarte la falda y usarla de capa. Creo que es el mejor vestido para el día.”).
Toda su vestimenta es curiosa. Suéteres atados a la cintura para hacer de pollera, prendedores de todo tipo que sostienen o adornan los turbantes que continuamente usa, capas, hot-pants, trajes de baños de los años ’40 con tacos altos blancos, estolas, a veces es personificación, a veces es su estilo. Y eso no es vintage es el resabio de ese pasado que para ella sigue vigente.
Edie perdió todo su pelo, también las cejas, a las que se pinta con delineador (cuando no lo hace parece envejecer de golpe). Su pelo comenzó a caerse a sus veinte años. La familia lo relaciona con una enfermedad vinculada al estrés. Pero uno de sus familiares cuenta sobre una tarde de verano en la que vio cómo Edie-hija trepó a un árbol de los jardines de Grey Gardens, sacó un encendedor y se encendió el pelo “sellando su destino como prisionera del amor de su madre”. No pierde las esperanzas de que le vuelva a crecer.
Edie era la joya de la corona de su madre. Vestida con tapados de terciopelos y medias con puntillas, se la veía permanentemente de la mano de su madre, acompañándola a los almuerzos de mujeres en East Hampton o en el East Side. Este apego se volvió más intenso cuando su madre la sacó de la Spence School (un colegio secundario de clase alta), entre sus 11 y 12 años, aduciendo vagas razones de salud, que incluían una supuesta patología respiratoria -la cual no impidió que durante esos años Edie-madre la llevara al teatro o al cine casi todos los días o que viajaran a Paris simplemente para hacer compras. En el diario que Edie-hija escribía por esos días escribió: “Estoy muy enojada, me estoy perdiendo la Feria”, o “Estoy enferma de nuevo, me tengo que hacer una radiografía”. Pero nunca quedó muy claro que, efectivamente, Edie-hija haya tenido alguna patología respiratoria.
Respecto de sus novios, parecía atormentada por la culpa por haberse enamorado de un chico: “Hay muchos chicos de 11 años que creen que conocen el significado del amor, pero no tienen idea. Tengo dos grandes amores en mi vida. Primero, amo a mi madre, lo cual va a seguir siendo siempre así, es un amor que nunca será olvidado ni abandonado. La mayoría de los niños piensan que el amor de una madre es algo que se da por sentado. Segundo, un resonante amor por un chico, no un mero enamoramiento, sino un amor real y fuerte”.
La primera ocasión de separarse de su madre llegó a sus 16 años, cuando entró en la Miss Porter’s School, en Farmington, Connecticut. Un año después modeló para Macy’s y aprehendemos cabalmente su altivez y hermosura cuando, en “Grey Gardens”, muestra las fotos de esa época. El contraste que se produce al comparar su imagen en esas fotos con el estado y la apariencia con que se encontraba durante film resulta shockeante. Es posiblemente el momento en el que se aprecia, con angustia, el deterioro de Edie, el pasaje desde ese punto en el que sobresale por su belleza y pulcritud y en un contexto totalmente opuesto, al devenir que vemos en las imágenes del documental.
La relación con su padre también fue ambivalente. Primeramente él se opuso violentamente a que se mostrara públicamente. Phelan trabajaba para su suegro en la firma de abogados de Wall Street “Bouvier, Caffey and Beale”, y estaba desesperado por conservar su estatus en el Registro Social de Park Avenue, lo cual se podía ver amenazado por los comportamientos de Edie-madre y Edie-hija. El padre pretendió que la hija trabajara con él. “Quería que fuera una ayudante en su firma de abogados. Estaba en el 165 Broadway, en el noveno piso, y mis rodillas empezaban a temblar mientras bajaba del noveno piso a la oficina del Sr. Beale. Mis rodillas temblaban. Mi boca estaba seca. Y él salía de su oficina con su reloj en su mano, y luego miraba al reloj de la pared y decía, ‘Llegás 5 minutos tarde’. Y luego se sentaba y me miraba y decía, ‘Sacátelo. Sacate ese sombrero. Sacate ese pintalabios. Sacate esa laca de uñas. ¿¡Cómo te atrevés a llevar esos tacones!?’”. Tenía miedo a su padre. Y admiración.
Cuando los ingresos comenzaron a mermar, Phelan, le dio instrucciones a Edie-madre para que le disfrazara la verdad a su hija. “Ella va a pensar que vivimos en un casa pobre, le robará toda su alegría”. A partir de ese momento, se intensificó el tiempo que pasaban en Grey Gardens, mudándose definitivamente en 1952, a los 34 años, por la insistencia de su madre, quien aludía que ella, la madre, estaba enferma y que necesitaba ser cuidada: “Nunca viví. Nunca tupo opciones ni elecciones. Tuve que ir a East Hampton y cuidar a mi madre o, si no lo hacía, moriría, según ella dijo. Tengo dos hermanos, pero se suponía que yo lo tenía que hacer porque era la mayor “. Esto habría coincidido con el preciso momento en que su carrera como modelo y, en particular, como actriz de cine, estaba por concretarse, ya que, supuestamente disponía de audiciones u ofertas de estudios como MGM y Paramount.
También dejó de lado la posibilidad de casarse. Edie-madre rememora en “Grey Gardens” el desfile de candidatos que tuvo su hija. Edie-hija habría salido y tenido propuestas de matrimonio de parte de Howard Hughes, J. Paul Getty, Joe Kennedy Jr. (“Si el avión de Joe Kennedy no se hubiera extraviado, probablemente me hubiera casado con él y él hubiera sido presidente y yo primera dama”). Pero, según sus familiares, terminaba alejando a sus pretendientes al punto que, en un arrebato de negación, arrancó la cara de los novios de las fotografías que había guardado, por lo que en las fotos quedó solo su imagen.
El tema de los pretendientes “era lo único en lo que no nos poníamos de acuerdo con mi madre: el sexo opuesto. A mí me gustaban los hombres de negocios mayores y sólidos, y a ella le gustaban los jóvenes artistas, músicos y pintores. Ella elegía a alguien y decía: deberías casarte con este chico, y yo pensaba que estaba loca”. Edie-hija habla con enojo del rechazo de la madre al último de sus candidatos, obligándola a trasladarse desde Barbizon (Barbizon Hotel for women, NY) a Grey Gardens. Mientras Edie-hija vacía una caja de galletitas para alimentar a los mapaches que viven en el ático, dice: “Aquí fui una prisionera subterránea por 20 años”. A esto se opone una de las frases que le repite Edie-madre: “Tuviste demasiada diversión en tu vida”.
Uno de sus primos dice que Edie-hija le contó que tuvo varios intentos fallidos de alejarse de Grey Garden y de su madre. Se habría escapado tres veces de la casa. Primero a Palm Beach “cuando pensaron que me había fugado con Bruce Cabot [un actor de cine], pero yo ni siquiera lo conocía. Nunca hice otra cosa más que coquetear. Mi padre me fue a buscar y me trajo. Luego, me metí en la danza interpretativa y hui a New York.”.
Después de que su madre muriese, vivió sola en Grey Gardens dos años más, siguiendo los deseos de aquella de conservar la casa. Llevó una vida que incluía leer el New York Times todas la mañanas, caminar por la playa, dar de comer a los cincos gatos que le quedaron y a los mapaches, cantar, escribir poesía, prepararse frutas y vegetales para su almuerzo de las 5 de la tarde. “Fui a dos cocktail parties para parar con los rumores acerca de mi supuesta reclusión. Muchos de los invitados me miraban como si proviniera de Marte. No debería haber ido. No bebo. Si no hacés exactamente lo que los demás hacen, si no vas al Maidstone Club o te unís al Garden Club sos etiquetada como loca.”
Pero luego, finalmente, se produce un giro en su vida. Se traslada a New York y monta una obra en el Greenwich Village, en la que mezcla una performance como cantante (incluye temas como “Tea for Two” y “As Time Goes By”) y un diálogo con el público, en la que respondería las preguntas que éstos le hicieran. El espectáculo se planifica para sólo 6 noches. “Finalmente estoy empezando a vivir”, dice Edie-hija. En ese momento tenía 60 años. “Este es mi sueño, lo que siempre quise hacer. Alguna vez tuve dos ocasiones de ir a Hollywood, con MGM y Paramount, pero mi madre no quería que me fuera. Estaba locamente enamorada de mi madre. Siempre me decía qué tenía que hacer. Ella tomaba todas las decisiones. Ella me tenía totalmente atrapada”. En ese momento, año 1978, dice: “Yo soy realmente una bailarina […] Realmente quisiera poder bailar en mi acto, pero no puedo ver bien a causa de mi cirugía. Cuando era joven, hacía que la gente que iba a bailar se parase para verme bailar a mí, en New York, en Princeton”.
Una reseña de ese show sentenció: “Una exhibición pública de ineptitud”.
Hacia el final de su vida se mudó a Bal Harbour, Florida, en 1997. El 14 de enero de 2002 fue encontrada muerta en su pequeño departamento. Tenía 84 años. Durante todo el tiempo que vivió sola en ese departamento no volvió a tener ningún gato.
En una secuencia de “Grey Gardens”, que se emparenta por el grado de patetismo con la de la fiesta de cumpleaños de Edie-madre, se ve a Edie-hija con un atuendo adolescente, interpretando una coreografía (sin dudas una interpretación bastante libre) del Instituto Militar de Virginia alusiva al 4 de julio, agitando una banderita de los Estados Unidos. Cuenta que había estado toda la noche ensayándolo para poder representar ese papel delante de las cámaras. Su felicidad es aterradora, su sonrisa genuina e infantil la muestra en un esplendor decadente. “Es tan difícil mantener la línea entre el pasado y el presente, ¿sabés? Tan difícil”, dice en una frase célebre y reveladora. Y ahí está la clave en la que concuerda toda interpretación de la vida de Edie-hija. Es alguien que quedó atrapada en una casa y con una madre reviviendo la gloria de otra época, cada vez más estropeada (como la vida de Caden Cotard en “Synecdoche, New York”), alguien que nunca vivió, excepto cuando pudo librarse de su madre-muerta y de la casa-vendida.
Edie recita un fragmento de un poema de Robert Frost, “El camino no elegido”: “Dos caminos se bifurcaban en un bosque y yo, yo tomé el menos transitado, y eso hizo toda la diferencia.” Pudiendo haber tomado cualquiera de los dos caminos tomó uno, el que la depositó ahí, en esa casa, junto con esa madre, ¿pero podía Edie-hija elegir? En Grey Gardens había una silla, a la que Edie-hija llamaba “La silla de la Decepción”, se trataba de una silla que sólo Edie usaba. “Creo que tengo la vida más triste posible”, dice y parece que lo está diciendo esa niña de 11 años que aparece en una foto con un pañuelo en la cabeza (antes de que el uso de los pañuelos fuera obligado por la caída del pelo). Sin embargo, Edie-hija tuvo su redención, tuvo su oportunidad, tuvo su felicidad. Tardó en llegar, pero llegó, y eso es heroico y conmovedor.
Madre-hija
En “Grey Gardens” vemos la interacción entre la madre y la hija. Todo el tiempo hay un contrapunto entre ellas, quienes van armando, sin querer, una obra de teatro, una dramaturgia espontánea de conversaciones-peleas-picotazos-escenificaciones, la pantomima de una vida aristocrática mientras que están hundidas en la miseria y la desidia. Esa disociación es increíble. Viven rodeadas de desorden, basura, suciedad, decadencia, pero nada de eso parecen advertir, nada de eso parece perturbarlas o llevarlas a reflexionar acerca de sus condiciones de vida. Es al otro al que, en todo caso, eso le molesta. Viven en torno a la cama de la madre, quien suele aparecer metida bajo las colchas, entre gatos, ropas, discos y otras cosas que van y vienen.
Ellas se tenían a sí mismas. Cantaban, representaban pequeñas escenas de teatro, recitaban poesía, escuchaban música o radio. Edie-hija dibujaba diseños de vestuarios, collages, decoraba una habitación que muestra con satisfacción pero que es un mamarracho, que se asemeja a una instalación psicótica; la madre toma sol con los botones de la blusa entreabierta en la terraza, cada tanto aparece con capelinas que no comportan ninguna función. Ponen discos, repasan las letras, se critican mutuamente. Mientras, la madre sólo estaba en su habitación, se hervía choclos al lado de la cama, se untaba picadillo a galletitas de agua, comía helado y apenas se movía para ir a la terraza a tomar sol. Parece que la presencia de la hija le bastaba.
Es muy interesante la mirada de Jerry, el joven que fue atrapado por Grey Gardens. Un día, vagabundeaba por la zona y se vio atraído por esa casa, aparentemente abandonada. Golpeó la puerta y atendió Edie-hija quien al verlo gritó a su madre: ‘Madre, aquí está el Fauno de Marfil’, en referencia a una obra de Hawthorne. A partir de ese momento, Jerry comenzó a frecuentarlas, volviéndose una especie de empleado. “Lo que ambas hacían, de la mañana a la noche, era cantar, discutir entre ellas, poner discos y montar espectáculos. ‘Amigos, romanos, compatriotas, prestadme vuestros oídos…’. ¿Quieres que te recite Julio César? Porque me lo enseñaron. Y los musicales y operetas que cantaban, sé todas las letras”. En una entrevista, Jerry da su punto de vista: “El señor Beale llevaba tiempo aguantando a los amigos bohemios de su mujer, artistas y gente del teatro, y también que ella solo quisiera cantar y dar rienda suelta a su vena artística (…) Las dos habían nacido en cuna de oro. Contaban con personal para todo. No tenían la menor idea de cómo arreglarse solas y sin dinero. Por ejemplo, usaban vasos de plástico para el café y, en vez de tirarlos o lavarlos, los iban apilando por toda la casa. Lo de sacar la basura, bueno, nunca lo habían hecho, y la recogida era un servicio privado que no podían pagar. Eran excéntricas e interesantes. ¿Si estaban mal de la cabeza? Creo que ellas eran simplemente ellas”. Peter Beard, el fotógrafo y realizador que acompaña a Lee Radziwill durante la filmación de “That Summer”, dice que en ningún momento pensó en ellas como “desafortunadas o tristes”. Y es curiosa la forma en que aparecen, en “That Summer”, madre e hija junto con otros personajes célebres que supieron pasar por esa casa. Como parte de las visitas están Andy Warhol –siempre con ese talante tan rígido y ausente-, Truman Capote, Mick y Bianca Jagger. Se comprende que eran invitados de Lee, que giraron por esa zona. Lo que aporta “That Summer”, más allá de que es un producto de muy baja factura, es ubicar a madre e hija en un contexto de relación con los otros, a pesar de la debacle que se vivía alrededor. De hecho, tampoco las visitas resultaban horrorizadas por el espectáculo. Esto se puede ver cuando Radziwill está con sus hijos en la habitación de Edie-madre y ellos disfrutan de la contemplación de los mapaches que entran y salen por los huecos de la terraza, para ellos no hay más que divertimento.
Vemos el despliegue de una relación en la que Edie-madre puede parecer manipuladora, estragante, concentrada en sí misma y en sus veleidades de artista, condicionando continuamente la vida de su hija. Sí. Pero también vemos que Edie-hija es inmadura, con limitaciones en la capacidad de asumir responsabilidades o tomar decisiones, con una relación compleja con la sexualidad (le escapa a la idea de su cuerpo como objeto sexual, a las insinuaciones que le hace Jerry, coquetea con los Maysles como una adolescente), es fantasiosa e infantil, como por ejemplo cuando lee acerca del signo zodiacal ideal del hombre con el cual casarse o cuando dice que un gato se parecía a Ted Kennedy. Son un par que se complementan. Vivían su vida -como el título de la película de Godard- y por eso ganaron notoriedad, por, supuestamente, rechazar la vida convencional, las prerrogativas de clase.
Pero me reservo, respecto de esto último, alguna discrepancia. No da la sensación que se tratara de una elección basada en un concepto o una ideología. Creo que se trataba de una consecuencia de sus subjetividades, de algo sintomático, de algo que no pudieron hacer de otro modo. De hecho, todo el tiempo anhelan las épocas pasadas, aspiran (en especial Edie-hija) a retomar el camino extraviado, se identifican con las características de la vida social que alguna vez tuvieron. Tampoco quisiera designarles un diagnóstico, una condición psicopatológica. Hay una locura, un corrimiento de la razón, una desadaptación. Sí, es verdad que en algunos momentos de sus vidas se pueden rastrear posibles episodios afectivos en la madre, arranques psicóticos en la hija (cuando se habría prendido fuego el pelo), pero, a lo sumo, son eventos agudos y pasajeros. Tampoco diría que tienen un Trastorno por Acumulación, aunque la casa se acercaba bastante al clásico departamento de los Hermanos Collier, célebres acumuladores, pero en el caso de ellas, acumulaban porque simplemente no tiraban, no tenían ningún interés en atesorar nada. Por el contrario, si se hace una lectura del libro “Las psicosis”, de Juan Carlos Goldar, al describir la hebefrenia (y medio que transcribiendo a Hecker), es como si se estuviera describiendo la vida de Edie-hija: extravagancia, conductas exageradas innecesariamente patéticas, afecto superficial, tendencia a la jerga, predilección por la descripción sentimental, rebuscado sentimentalismo, distimia, inconstancia de las emociones, la broma colocada al lado de la aflicción, tendencia a quejarse, a lamentarse…
Pero no interesa pensarlo psiquiátricamente. Por mi parte, quiero quedarme fascinado, encandilado por el brillo de atipicidad de las dos mujeres, por esa sutil locura, por lo inefable, por esta sensación irreductible a palabras con que me dejó conocerlas, y con el triste final de “That summer”, con Edie-madre cantando arrumbada en su cama y la hija ejecutando unos pasos de baile en el porche de entrada.

Deja una respuesta