Por Luciano Rosé.
En una reciente entrevista con el diario británico The Guardian, el neuropsicólogo estadounidense Carl Hart refiere que los problemas asociados con el consumo de sustancias no se deben a las drogas en sí sino a la falta de información que rodea a estas prácticas y al contexto en el cual tienen lugar. Si se lograra un acceso democrático a información verídica sobre los daños y beneficios potenciales del consumo de las distintas sustancias psicoactivas, enfatiza el profesor de la Universidad de Columbia, el estigma y la persecución (legal, moral) de los usuarios perdería su razón de ser y las consecuencias desfavorables derivadas del uso de drogas se minimizarían.
Hart redobla la apuesta y sugiere que, además, se debería abandonar la terminología de la “reducción de riesgos y daños” para referirse a los enfoques terapéuticos y sanitarios vinculados al consumo de sustancias por una perspectiva de “salud y felicidad”, en un giro hacia una posición que se centre en los efectos positivos y potencialmente terapéuticos de las drogas antes que en el sufrimiento mental o los problemas de salud de las personas con un consumo problemático. Esta visión, que parece deudora de la discutida escuela de la psicología positiva de Seligman, pone el énfasis en las potencialidades antes que en las limitaciones derivadas del uso de drogas.
Pero si alguna vez el consumo de sustancias fue visto como algo contestatario o subversivo, hoy pocas cosas revelan mayor acatamiento por los dictados de la lógica del mercado que este tipo de prácticas. En este mismo sentido, Carl Hart se presta como una figura que atestigua la clausura definitiva de la psicodelia como contracultura. Para Hart la compra y venta de drogas debería ser legal y estar regulada bajo principios similares a los que rigen a la obtención del registro para manejar o el mercado de las armas de fuego (uno de sus hobbies, según comenta en la entrevista al diario inglés). En otras palabras, dice Hart, debería existir una evaluación de competencias y aptitudes previa a la autorización para acceder a la compra de sustancias psicoactivas. Ahora bien, si tenemos en cuenta que algunos de los principales factores asociados al desarrollo de un consumo problemático de drogas están ligados a cuestiones sociales, laborales y familiares, lo que el profesor Hart plantea ¿no es una suerte de farmacocracia en donde el acceso a las sustancias psicoactivas quedaría restringido a aquellas personas que cumplan un determinado estándar de elegibilidad para su consumo (sea lo que sea eso)? ¿O se trata simplemente de restringir su acceso a aquellos que porten con determinados antecedentes psiquiátricos? Y en todo caso, ¿qué pasa si, a pesar de contar con la información adecuada, la persona incurre de todas formas en prácticas nocivas o contrarias a sus “mejores intereses”?
El estudio de los potenciales alcances terapéuticos de los psicodélicos (o de cualquier sustancia psicoactiva actualmente ilegal, para el caso), usados durante décadas, luego prohibidos y más recientemente redescubiertos como promesas salvadoras no equivale a la legitimación de su uso ritual, en ámbitos de esparcimiento o, mal que le pese a Hart, como quitapenas. Sin embargo, es imposible no pensar que algunos hechos recientes como la aprobación de la esketamina para el tratamiento de la depresión resistente son el último clavo en el ataúd de la contracultura de la psicodelia.
Por supuesto que el asunto acá no es negar la importancia del acceso a la información o la urgencia por despenalizar el uso y la tenencia de drogas. De lo que se trata, ante todo, es de mostrar la trampa de una retórica aparentemente progresista que concibe a la libertad de decisión como un gesto eminentemente individual y consciente, algo que hace ya casi cuarenta años el escritor J.G Ballard no dudaba en revelar en sus novelas al señalar que el consumo de ciertas drogas era un acto conservador, casi un signo de respetabilidad burguesa, y que Carl Hart, al mejor estilo de un personaje ballardiano, deja en claro al comentar que cuando no está dando clases en Columbia o “presentando su más reciente libro, disfruta de una buena dosis de heroína”.
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