1.
En un momento de nuestra formación médica del siglo 20, nuestros referentes nos revelaban una lógica secreta:
“En Medicina, dos mas dos no siempre es cuatro”
Esta verdad nos permitía cierto alivio ante la exigencia de eficacia cuando los casos desobedecían la prolijidad de los libros. La frase abría también la puerta del pensamiento abstracto: hay algo que escapa a lo que se ve, a lo que se dice y ese algo puede ser la clave que explique un cuadro clínico. Pero además había una vuelta de tuerca: a veces, en Medicina, dos mas dos no siempre, pero a veces, es cuatro.
2.
Sin embargo, a pesar de la potencia que da el “no siempre es”, el correr del ejercicio de la profesión va dándole la espalda a la lógica secreta.
Pensemos en los argumentos mas radicalizados de la tensión psiquiatría-antipsiquiatría: una parte dice “en medicina dos mas dos es cuatro”, la otra “en medicina dos mas dos nunca es cuatro”. El puente de la dialéctica, una forma confiable de producir saber, queda caído y los dos saberes aislados.
Estos dos puntos de vista opuestos no pertenecen a dos lógicas diferentes. La Psiquiatría Rígida y la Antipsiquiatría Intransigente comparten los mismos modos: niegan la alteridad en el plano intelectual y estallan en indignación en el plano emocional. Hay veces que estas situaciones se vuelven un poco caricaturescas y sus exponentes van por la vida con la simpleza monotemática de la formación reactiva de aquel que odia la mugre pero pasa todo el fin de semana limpiando el mismo inodoro.
3.
La reducción del ejercicio dialéctico impide la posibilidad de que surja un espacio distinto. Se establece un mundo donde el objetivo no es hacer crecer o complejizar un pensamiento hacia adelante sino que el objetivo es sostener los nichos alcanzados a cualquier precio. Se pierde así la chance de que en el vaivén dinámico de los argumentos el otro pueda tener razón.
Un ejemplo habitual contado con animales para no herir susceptibilidades:
Posición A: “los animales de cuatro patas que habitan la pampa son caballos; las vacas no existen”
Observación externa: “algunos animales que habitan la pampa tienen cuernos”
La Posición A asimila la información y asegura: “unicornios”.
Al negar la chance de existencia de las vacas, que llevaría a la posibilidad de entender la realidad del toro, se prefiere sostener la existencia del unicornio.
Ahora bien, si no se piensa dialécticamente ¿cómo se piensa? Se piensa lo ya pensado. Si se mira alrededor, ¿cuánta gente que publica libros, da conferencias o influencia desde diferentes redes está diciendo algo nuevo? ¿Cuántos intentan entender algo desde el presente? Hay todo un sistema de recompensas dispuestos para reforzar a quienes repiten lo ya dicho y segregar a los que dicen algo distinto. Es verdad que hay cierto valor en quienes dicen lo ya dicho de forma novedosa (Byun Chul Han, por ejemplo). Y también es probable que haya otros puntos de vista y desarrollos que recién podremos descubrir cuando se hagan visibles como un yuyo que sale entre los adoquines. Mientras tanto ¿qué?
4.
Una consecuencia de esta forma de negar al otro y reforzar lo propio es que el pensamiento ha ido haciéndose más concreto.
De un tiempo a esta parte, ha ganado territorio en nuestra profesión pensar que la cosa y el nombre de la cosa son lo mismo. El por qué de esto seguramente se puede atribuir a la formación académica pero también al mundo en general. Los psiquiatras (y todos los profesionales del campo de la salud mental) habitamos un mundo más concreto.
Ahí está la baja en la venta de la cerveza Corona ante la pandemia de coronavirus, por decir algo.
5.
Tenemos entonces, por un lado, el desmedro de un ejercicio de pensamiento dialéctico que lleva a afincarse en los terruños conocidos. Por otro, la falta de ejercicio de la búsqueda de pensamientos más complejos, de ideas diferentes a las pensadas, que va hipotrofiando el pensamiento abstracto ¿Quién necesita una hipótesis de lo nuevo si se tienen certezas de lo viejo? La consecuencia de esto es todo un sistema de alto gasto de energía en mantener dogmas (teóricos, mercantiles: siempre ideológicos) y, al estar clausurada la pregunta, el rechazo de lo nuevo. Es acá que entra en juego la emoción más importante de esta parte del siglo 21: la indignación.
¿Por qué uno se indigna? La indignación es como el estrés: ante la presencia de un león hambriento, tener una lluvia de catecolaminas nos viene bien para salir corriendo, pero cuando todos los síntomas del estrés se manifiestan a partir de que un ascensor es lento, nos envuelve una situación absurdamente angustiante.
El problema con la indignación en nuestros días es que pasa de leones a ascensores en dos minutos. Del “qué barbaridad cómo la red social se rebajó a una red virtual” a “no te puedo creer que una feminista va a cobrar 12 mil pesos para dar un seminario en la empresa de Fontevecchia”, pasando por “un psicoanalista no puede ser jefe de un servicio de salud mental porque no sabe nada de farmacología” y “todos los psiquiatras son nazis” (bueno, esto último… no saben a qué pocos grados de separación estamos de los los psiquiatras nazis originales pero eso lo contaremos en otra parte).
La indignación es una descarga emocional acompañada por síntomas motores (golpe en la mesa, dedo índice levantado, vasodilatación, palpitaciones). Es reactiva y la mayor parte de las veces se agota rápido. El hecho que generó la indignación (sea león o ascensor) sigue estando ahí pero los indignados van agotándose homeopáticamente entre un posteo en redes, una firma en change.org, un debate en telegram, un salirse de grupos de whatsapp.
La indignación es eficaz porque hace creer al indignado de que la razón está de su lado. Pero solo de ver las indignaciones habituales, se puede notar que es un territorio más cerca del “opio de los pueblos” que de la “revolución”.
El tema es que el par opuesto de la indignación la mayorìa de las veces solo pueda ser la indiferencia. La aceptación sin estridencia de cada cuestión. Es un par opuesto porque los dos conllevan la misma lógica: la conservación del estado de las cosas. Los resignados y los indignados van juntos en el mismo bote hacia la catarata.
Basta de imágenes.
Propongo pensar la indignación como un síntoma general, como una fiebre que surge cuando algo que se pelea con la aceptación. Una vez detectada la indignacion, el autotriage debería continuar con una pausa y un ejercicio de discriminación de la causa que lo dispara. ¿Vale la pena seguir indignado? ¿Qué nivel de catarsis manejar: un posteo, una ironia, un “no te puedo creer?”? Y después: ¿cual es la forma mas eficaz de modificar algo de ese estímulo exterior? Muchas veces la forma mas eficaz es ignorarlo. “Bueh, ahí está otra vez X diciendo boludeces sobre el psicoanálisis” o “Dios querido, ¿otra vez los de la Escuela de Psicoanálisis Ortodoxo Autopercibido Copado hablando del DSM como sinónimo de psiquiatría?”.
El esfuerzo que es necesario hacer es salir del loop Causa-Indignación. Buscar otra lógica, un nuevo territorio. Usar la indignación como una forma de sacudir estructuras rígidas y de ahí saltar. Un ejemplo que suele funcionar: “Basta de repetir a Foucault, está muerto hace 36 años! Llevaba ya dos años de descomposición cuando Maradona le metió el gol a los ingleses!”. Es una indignación que se vuelca en una provocación. A partir de ahí: la indiferencia o la indignación de los foucaultianos. Y ahí los conceptos de Foucault tienen que salir del sillón donde están engordando a base de Grasas Saturadas Académicas para volver a pelear en la cancha. Esto siempre es saludable. Abre espacios. Discrimina. El pasado se revitaliza en un lazo con el presente. La Arqueología del Saber es mejor que Vigilar y Castigar.
6.
Si nos alejamos de la posibilidad de lo abstracto, de poder pensar que existe un tercer espacio a partir de dos contradicciones, caemos en la literalidad. Las cosas son blanco o negro. Una niega la otra al mismo tiempo que se identifica con la otra. El sistema se vuelve rígido para las dos partes. Se necesitan como Voldemort necesitaba a Harry Potter.
Para terminar, un ejemplo de la práctica sobre literalidad y calles clínicas estrechas.
Cuando los departamentos de marketing de la industria farmacéutica decidieron comunicar un producto como “antidepresivo”, la literalidad implica que sólo se puede dar en una “depresión” ¿Para qué es un antitérmico sino para bajar la fiebre, para qué un antiemético sino para no vomitar?
Esa solución (“antidepresivo”) al problema (“depresión”) sólo funciona en ese par: diagnóstico/tratamiento. La diferencia es que la “depresión” no es levantar temperatura o lanzar contenido gástrico por la boca.
Cuando el mercado se expande, porque siempre el mercado se expande, y resulta que “los antidepresivos son también eficaces en los trastornos de ansiedad” de a poco se los empieza a llamar por su farmacodinamia “los ISRS”. A una depresión se le da “un antidepresivo”, a una trastorno de pánico, “un ISRS”.
Uno podría decir: en realidad, son todas moléculas que interactúan en el Sistema Nervioso y modifican la percepción del mundo que tiene el paciente. Los efectos pueden ser amplios o acotados, según las circunstancia y el sujeto. (Ver el texto de Joanna Moncrieff hace unos números atrás).
Pero, ¿qué pasa cuando ante la literalidad del término “antidepresivo” o “antipsicótico”, uno piensa que debe ser coherente y diagnosticar una depresión o una psicosis para indicarlo?
Esa literalidad, donde el “antidepresivo” ataca la depresión y el “antipsicótico” ataca la psicosis, se lleva puesto a los pacientes (que, lógicamente suponen que tienen una depresión si se les da un antidepresivo o son psicóticos si se les da un antipsicótico) ¿Qué sentido tiene, en este contexto, seguir llamando así a estas moléculas si cada vez que las nombramos tenemos que aclarar que no es tan así?
7.
Para finalizar, volviendo a la frase del principio y cómo pensar el problema de los tres tercios (en general un tercio de los pacientes responden a tratamientos, otro tercio no responde y un último tercio responde parcialmente).
Si se toma la posición de “en medicina 2 mas 2 no siempre es 4”, ni la molécula nombrada “antidepresivo” ataca la “depresión” en un matcheo exacto, ni lo que llamamos “depresión” se ajusta al “antidepresivo”.
El tercio de pacientes que no responden y el tercio de los que responden parcialmente dan una oportunidad a la búsqueda dialéctica para tratar de entender lo que llamamos “depresión”.
La otra posición, la de la aseveración “en medicina 2 mas 2 es cuatro” toma el tercio de pacientes respondedores a los tratamientos como la prueba de que el matcheo perfecto antidepresivos-depresión existe. Cuando se enfrentan a las situaciones de no matcheo o matcheo parcial, se encierran en el eufemismo “depresión refractaria”, “paciente social”, “paciente dual”, etcétera.
Con tal de no negar el dogma del matcheo, se prefiere ir por territorios a veces fantásticos (“depresión atípica”). Esas nuevas categorías no son nuevos saberes: son parches de los viejos. Unicornios, no toros.

Deja una respuesta